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jueves, abril 24

Mejor que no amanezca

Viento que permanece en la madrugada,
junto a mi regazo la calidez huida de la noche,
una sonrisa dormida en tus labios.

Noches para disfrutarte,
noches para darte,
noches para acariciarte.

La luz del amanecer,
despierta la vida que abandonamos ayer.

Ella es infiel,
yo su amante.


Una noche a la semana ella decide salir con sus amigas, amigas que no ve desde que dejó la universidad por un ambicioso abogado. El se convirtió en el sueño regalado, un sueño que jamás supo de su aroma ni de su tranquilidad, porque yo le recordaba cada semana que seguía siendo una mujer llena de vida y de emociones.

Mi apartamento es pequeño, lleno de un cálido desorden que impide sentir soledad en él. Ayer cuando llegó se acomodó en la silla que está junto a la mesa que ejerce de despacho. Su pelo cubría su rostro y sus piernas se abalanzaron con decisión sobre mis rodillas mientras permanecía sentado al borde de la cama. Arrime la silla con violencia contra mi, mi cabeza atrapada entre sus piernas, el sonido de su risa se ahogaba en el silencio de la noche. Me encanta su mirada de niña traviesa pidiéndome que la desnude.

Mis manos se abalanzaron a la cintura de su falda. Sus caderas en un movimiento cadencioso lograron lo que mis torpes manos no conseguían. El sonido del roce de la falda deslizándose por sus medias acalló su risa. Sus labios entraron en una cálida tensión, incapaz de cerrar sus ojos como si no quisiese dejar escapar ni unos de aquellos instantes sin sentirlo.

Un día le propuse el juego de vestirla con mis fantasías, medias negras ajustadas por una liga ancha, braguitas negras y escotadas, falda por encima de la rodilla, zapatos de charol de medio tacón, blusa de raso abotonada y con cuellos generosos abriendo su escote. Tan solo dejé a su elección la prenda que debía acariciar sus pechos en ausencia de mis labios. Su lado de niña traviesa decidió que la blusa que yo había elegido era suficiente.

Mis labios dejaban su rastro por la medias mientras ascendían, suave aroma de un deseo contenido. Salto sobre mi y los dos caímos tendidos sobre la cama. Ella se incorporó sentada sobre mis piernas y botón a botón me hizo desear su piel. Su turgencia arañaba la blusa mientras sus dedos humedecían unos pezones sonrosados y diminutos, dedos que mojaba con lujuriosa calidez entre sus labios. Mi deseo por tocarla se arrinconó mientras comenzó a desnudarme con rapidez, sus labios besaban cada porción que desnudaba .....

Esta mañana la habitación aún despide el aroma del deseo mezclado entre el sudor de nuestros cuerpos. La luz del día comienza a evaporar los últimos sonidos de la noche. Nunca asume que pueda despertar en aquella habitación. El sonido de la ducha, su apresurada huida sin palabras. Todo se repite. Su mirada tras la puerta mientras revisa su bolso, siempre me dice .... porque has tenido que despertarme?

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